Santiago Derqui mas que un presidente y su carrera
En los días oscuros que siguieron a la tragedia de Barranca Yaco, Derqui, como presidente de la Legislatura local, trató de embotar la ofensiva de Rosas contra Córdoba y propuso, sin éxito, la candidatura de don Mariano Lozano, que era amigo del gobernador porteño. Detenido con muchos otros cuando asumió Manuel López, fue llevado a Santa Fe, desde donde logró pasar a Corrientes (don Estanislao, pese a su larga luna de miel con Buenos Aires, se reservaba siempre alguna carta del mazo...)
En Corrientes, bajo el gobierno del federal Pedro Ferré, Derqui trabó amistad con su comprovinciano el Manco Paz. Más tarde estuvo en Montevideo en la época del sitio, sin participar en los círculos de los emigrados porteños. Después viajó a Río de Janeiro con Paz y en el '45 estuvo de nuevo en Corrientes, donde casó con doña Modesta García de Cossio, hija de uno de los hombres de la generación de Mayo.
Caseros rompió la amistad política entre los dos cordobeses: mientras Paz entraba a servir a Buenos Aires, Derqui, constituyente del ‘53, ingresaba al gobierno de la Confederación como ministro del Interior, para sostener la misma causa que había defendido en sus años juveniles de periodista federal. Su espíritu independiente tuvo ocasión de manifestarse, concitándoles adhesiones tan firmes como tenaces enemistades. No es extraño, por eso, que su casa en Paraná, donde se dice que consumía infatigablemente mates y novelas, fuera sin embargo frecuentada “por todo lo que era hombre de acción o de armas llevar”.
Un presidente entrerriano y un ministro cordobés constituían la expresión visible de esa alianza —tantas veces buscada— entre el Interior y el Litoral frente a Buenos Aires. Como alianza que era, y no simple absorción, tenían que reflejarse en ella fricciones y disidencias, y abrirse paso las críticas que las contemplaciones de Urquiza suscitaban en tierra adentro. Mientras la casa del vicepresidente Del Carril era “un cenáculo, donde se murmuraba entre dientes contra ‘el libertador’, la de Derqui era un club político. Allí se hablaba claramente hasta de Urquiza”, según sostiene un testigo. (Retratos y recuerdos de Lucio V. Mansilla)
La experiencia de reiteradas frustraciones de la causa provinciana, unida a sus hábitos sedentarios, a su formación universitaria y a su cautela forense, pueden explicar quizá que la acción fuera en Derqui algo intermitente; mas no por ello dejaba de ser hombre de acción. Así lo advirtió Mansilla en sus recuerdos del Paraná cuando estampó las siguientes observaciones: “porque la verdadera acción está en la voluntad que se conoce a si misma, que tiene conciencia de su yo, que sabe lo que quiere, adonde va, por qué y cómo. Derqui poseía esas cualidades”.
Como hombre del Interior en el ministerio del ramo, Derqui era el hombre para el cargo. Y como representante de una implícita alianza, nada más lógico que cuando le tocó ser presidente tratara de imponer su línea y la de sus amigos —Manuel Lucero, Mateo J. Luque, Eusebio Ocampo, José Severo de Olmos, Pedro Lucas Funes, Emilio de Alvear, Gordillo, Colodrero y otros— transformando de hecho esa alianza en una bicefalia del poder.
Hombre “débil”, por la carencia de un poder militar propio, Derqui fundaría en esa debilidad su estrategia política, pero sin arriar las banderas del federalismo del Interior. Alabó, simuló, transigió en múltiples frentes, aun más allá de los limites de la prudencia, pero hizo cara al peligro cuando éste se presentó. A pesar de algunos juicios emitidos por Mitre en momentos indecisos, la verdad es que Buenos Aires, más cerca del estanciero del litoral, aceptó en Urquiza al Gobernador de Entre Ríos pero no aceptó a Derqui y se empeñó entera para derrumbar en su persona el edificio de la Confederación. Este edificio, a pesar de sus fisuras y de su penuria financiera, ofrecía para el Puerto, después de 1860 una peligrosidad mayor que antes de Cepeda, puesto que su política comenzaba a girar fuera de la órbita del siempre tratable caudillo entrerriano.